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Todos se consideran practicantes. Van a misa los domingos y festivos y cumplen con la liturgia. Creen en un Dios, hacedor de todas las cosas, que hará justicia algún día y rezan a la Virgen y a los santos de su devoción. En muchas casas tienen la Biblia, pero nadie la ha leído. La fe es una mezcla de religión y superstición, espiritual y antropomórfica, donde manda más el impulso del corazón que la luz de la razón. Los actos litúrgicos tienen un carácter eminentemente social. La gente se pone ropa de vestir para asistir a ellos, deja las labores cotidianas y la iglesia se convierte en el punto de encuentro de todo el pueblo. Allí se dan cuenta de que no están solos, como en el campo y en las labores domésticas, de que forman un pequeña y hermosa sociedad. Acabados estos actos, comentan en corros lo que ha dicho el cura, hablan de sus problemas, se gastan bromas... y se dirigen a los bares para celebrar que es fiesta, para notar su calor y sentir la satisfacción de ser una familia. La importancia social que tienen los actos litúrgicos la deja bien patente el comentario que suelen hacer: "Si no me cambio y voy a misa, es como si no fuera fiesta". Que la religión se considere como algo patrimonial y heredado lo confirman las fiestas mayores y romerías. A ellas acuden las personas que se sienten ligadas al pueblo. Acuden porque es algo suyo, porque quieren sentir sus raíces, porque no quieren que se pierda este legado. Vienen y asisten a las procesiones e incluso a misa, aunque se confiesen agnósticos. Por eso creo que la fe en mi pueblo es todo "corazón".
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