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           Las casas de nuestras abuelas no tenían las comodidades de que gozan hoy las casa del pueblo. No había agua corriente. El agua había que cogerla de la fuente y la ropa se lavaba en las pozas, acondicionadas para ello, o en el mismo río.

    El campo se labraba en condiciones mucho más duras y difíciles que las de hoy en día. Nuestras abuelas, además de ayudar a sus maridos en las labores del campo, hacían las del hogar, cuidaban los hijos, cocían el pan, atendían a los animales domésticos. Casi tenían tiempo para descansar. Economizar el tiempo y agudizar el ingenio se hacia imprescindible para hacer tan arduo cometido y con gran escasez de medios. Un ejemplo de ello era hacer la colada o la lejía, como ellas lo denominaban.

    La lejía la solían hacer un par de veces al año, a finales de Mayo o primeros de Junio y en Septiembre, después de haber limpiado las eras. Entre estos periodos iban dejando almacenada en el desván la ropa blanca, camisas y sábanas (linzuelos), que se ensuciaban con el uso.

    Durante el año se habían preocupado de guardar la ceniza del hogar o del horno de cocer el pan, la limpiaban con esmero para que quedase bien pulida, ya que, cuanto más pulida fuera la ceniza, más blanca quedaría la ropa.


           Llegado el momento de lavar aquel montón de ropa, se ponían mano a la obra:

    Primero enjabonaban la ropa con jabón casero y la aclaraban en el río; después la colocaban con sumo cuidado en una gran cesta de mimbres, la cual rodeaban con talegas de lino o de cáñamo. Encima de la ropa se colocaba una sábana gruesa (vieja) para que hiciera de filtro y la ceniza, que se colocaba sobre ella, no ensuciara la ropa. La cesta previamente se había colocado en cima de una piedra circular de 2 o 2,50 m. de diámetro, ésta tenía unas estrías que confluían en una pequeña abertura (caño).

    Al lado se preparaba un buen fuego donde se hervía el agua, que se vertía en la cesta. El agua hirviendo arrastraba los componentes de la ceniza filtrados a través de la sábana viejo se deslizaba entre la ropa hasta salir por la parte inferior, ya que por el lateral de la cesta se lo impedían las talegas o sábanas que previamente habían colocado. Esta agua, que discurría por las estrías de la piedra y se recogía en recipiente que se colocaba debajo del caño, se volvía a hervir y de nuevo se vertía en la cesta. Así una y otra ves, hasta que la ropa quedaba netamente blanca. Después tendían la ropa en las eras (al verde) y la blancura se acentuaba con los rayos del sol.

    Con el agua que sobraba de la colada, todo se aprovechaba, se lavaban la cabeza y dicen que el pelo se quedaba fino como la seda.


Delfín

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