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Dentro del herrador, a veces con aspecto de hombre rudo, había y hay un ser afable y cariñoso con los animales y un gran observador de la naturaleza. El herrador, antes de herrar al animal, lo acaricia en la cara, en el cuello, en el lomo, en las orejas y le habla para tranquilizarle. Jamás le pega. Cuando toma precauciones de seguridad, procura hacer el menor daño al animal, trabándole tres patas, o poniéndole el "arcial" en casos muy extremos de rebeldía. De los herradores se puede decir que fueron los primeros veterinarios. Observaban a los animales en sus dolencias y procuraban encontrar remedios en la naturaleza: Malva, enebro, dormideras, romero... sal, vinagre, sanguijuelas, etc. Curaban mataduras, cólicos, diarreas, infecciones bucales y algunas veces castraban asnos o mulos. Las herramientas que utilizan son: Unas tenazas para sacar y recortar los clavos, otras para cortar el casco, el pujavante para rebajar y alisar el casco, una cuhilla para recortar los salientes alrededor de la herradura y el martillo para clavar los clavos. En Tubilla del Lago al herrador se le pagaba en especies. Solía ser una fanega de trigo por yunta y por año. Hoy sólo queda un herrador, quien, como se aprecia en la fotografía, mira melancólico la herramientas. Faltan los clavos, pensará. Sí, faltan los clavos. Los tendrá en algún sitio guardados esperando que, en un día no muy lejano, se acerque un mulo, un asno o un caballo, para herrarle con mimo.
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Delfín Cerezo |
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