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Tubilla del Lago
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          La noche del 23 de junio siempre ha sido una noche mágica, llena de misterio, de espíritus, de fuego y fantasías.

           En Tubilla, no hace muchos años, la noche de San Juan también era una noche especial: Los mozos solicitaban al alcalde permiso para ir al monte y coger leña para hacer una hoguera en la plaza. La leña se apilaba en la plaza y se prendía fuego, a eso de la media noche. Los mozos saltaban entre las gigantescas llamas, desafiando al fuego, ante la atónita mirada de la gente. Nadie competía contra nadie, sólo se trataba de saltar, de demostrar que la juventud puede al fuego, porque es muy grande el fuego que lleva dentro.

           Entre cantos, saltos y alegría se consumía la leña, hasta quedarse en un gran rescoldo, que poco a poco se iba durmiendo y apagando con el rocío de la noche.

           Acabadas las llamas, los mozos desaparecían por la alameda en busca de ramas de álamos o de chopo para poner la enramada a las mozas.

           Una vez elegidas las ramas, los novios las adornaban con guindas, caramelos y rosquillas y las colgaban en las "bocascanales" del tejado, con gran riesgo para su integridad física, pero nunca posó nada. Sería porque el amor todo lo puede. Si algún mozo no se atrevía a declararse a una chica, esta noche le ponía una enramada y, como todo se sabe... Esta muestra de cariño y simpatía también la recibían las mozas más simpáticas, aunque no tuvieran novio o lo tuvieran fuera, pero, si había alguna moza que en fiestas daba "calabazas" a los mozos en el baile o era antipática, le colgaban un cardo "borriquero".

           A la mañana siguiente, a la hora de ir a misa, todo el mundo veía las enramadas. Las mozas, contentas, excepto las castigadas con los cardos", un poco ruborizadas, eran objeto de todas las miradas y comentarios.

           Hoy en día se colocan enramadas en las fuentes y en el puente.

           ¡Qué bonito sería que los mozos revivieran esta romántica tradición!

Delfín Cerezo

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